Las ausencias que provocan el odio y los intereses de los hombres sobre los hombres llenan a nuestras existencias de desencuentros, de vacío y de miseria.
Poco importa si la muerte llega de oriente, o si es el reflejo de noches y soles mezquinos, coterráneos, cercanos.
Ella, vestida de miedo y egoísmo, se presenta cercana, casi hermana, palpable y nos recuerda que, por más que miles de kilómetros (o pequeñas distancias) nos separen, el dolor visceral será parte de nuestras vidas y de eso que preferimos ignorar.
Hoy, el mundo arde y los de siempre ganan gracias a la miseria de muchos.
Hoy, el mundo va dejando de latir y tal vez seamos nosotros, los de abajo, quienes digamos basta.