Miedo, ansiedad, calor

Ficción

Miedo, ansiedad, calor, sequedad, vértigo, sopor, palpitaciones, calor, ansiedad, sopor, sequedad, vértigo, palpitaciones, miedo. Y de nuevo, todo a la vez, cada vez más intenso, más fuerte, más doloroso. Así, sin orden preestablecido, al mismo tiempo, como latigazos sobre mi maltrecho cuerpo. Desde los pies, hasta la cabeza; desde la punta de las manos, hasta la columna. Como llamas que me calcinan, como hogueras que me secan, como ríos que me ahogan. Hielo sobre mis labios, fuego sobre mis palmas, sed, dolor, miedo. Sensaciones que nunca antes viví y que ya forman parte de mi realidad, de esta cruel realidad que me lleva hacia el fin. Minutos que parecen días. Ahogo. Estoy atrapada en un mundo, mi mundo, sin lugar para respirar, sin espacio para ocupar. Miedo, ansiedad, calor, sequedad, vértigo, sopor, palpitaciones, calor, ansiedad, sopor, sequedad, vértigo, palpitaciones, miedo. Caída libre, vértigo. ¿Hacia dónde? ¿Hay algo después, más allá? No sé, realmente no sé. Sólo puedo sentir, dejarme llevar, abandonarme a mi destino.

—¡Dame gasas! Tenemos que parar el sangrado.

—El pulso está más débil. Sesenta y cinco.

—Vamos. ¡No aflojés ahora! Hoy no, por favor.

¿Qué son esas voces? ¿Pulso, gasas, sangrado? ¿Y la música que siempre escucho? ¿Y los paseos al sol? ¿Por qué todo tiene que cambiar? ¿Por qué no puedo seguir disfrutando mis días como hasta ayer? ¿Por qué?

Dolor, miedo, calor, caída, vértigo. Casi no puedo respirar. Estoy atrapada en un túnel, un espacio angosto, profundo, oscuro. Me ahoga, me oprime. Calor, mucho calor. Miedo. Nunca antes tuve miedo; pero ahora sí, ahora comprendo lo que se siente. Me oprime el pecho, me perfora el vientre, me seca la boca.

—Cuando estemos juntos te voy a cuidar, siempre te voy a proteger, nunca vas a tener que tener miedo a nada, nada te va a faltar —Eso me dijo él no hace mucho. Me lo prometió. Su voz susurraba palabras tiernas, cálidas, tranquilizadoras. Que me amaba dijo. ¿Por qué me mintió? Ahora tengo miedo. Me duele. Y él no hace nada, no está. Estoy sola, yo frente al dolor, a la oscuridad, al miedo; y él no está, me abandonó. ¿Por qué tenía que mentirme? Si yo no le pedí que prometiera nada, no hacía falta. Y ella, ¿por qué no hace nada por mí? Está, pero no hace nada. ¿No sabrá que hacer? Ella no puede fallarme.

—¡Vamos! ¡Dale! ¡Fuerza! Vamos que en un rato nos morfamos una pizza.

—¿Con moscato?

—Podría ser. O una cervecita bien helada. Dame más gasas. ¡Puta madre, cuánta sangre!

—Para mi con aceitunas negras. Digo, la pizza. Tomá las gasas.

—Che, esto se está complicando. Vamos a abrir. Ponele una línea, setenta por ciento de solución. Vos quedate tranqui piba. Pasame el bisturí.

Tranquilidad, sí, eso es lo que me falta. Tranquilidad. Pero quién puede estar tranquilo ante el final. Siento que es el final. Ese momento en el que ya nada tiene sentido. Dolor, calor, miedo. Más miedo que dolor y calor. Oscuridad. Mi cuerpo no responde, lo siento como si no fuera mío. Como si una extraña fuerza me lo quisiera arrancar. Eso, arrancarme el cuerpo, la piel, todo. Eso es lo que siento, además de miedo. Cuántas sensaciones nuevas, lejanas a mi vida relajada, tranquila, ordenada. Yo tenía todo controlado. Comía cuando tenía hambre. Dormía cuando tenía sueño. Disfrutaba del abrigo del sol, de la música que él ponía en casa. De sus palabras tiernas. También disfrutaba del cariño de ella, de sus cuidados, sus mimos. ¿Dónde irán ahora todas esas cosas buenas? ¿Alguien más las disfrutará? O sencillamente se acabarán aquí y ahora. No quiero cambiar, no quiero perder todo lo que tengo. ¡No! Me niego. Me niego totalmente. ¿Es que nadie me puede escuchar? ¿Nadie puede hacer algo para que todo siga como hasta ayer?

—Che, nos tenemos que apurar. Esto se complica cada vez más. Secame la transpiración de la frente.

—¿No querés unos mates también?

—Porque no te vas a cagar. No, mejor no. Quedate acá que todavía te necesito.

—Si, ya sé. Si no me necesitaras ya me habrías mandado a la mierda, ¿no?

—¡Jamás! Nunca te diría que te vayas. Sos única.

—Si, claro. A la del turno noche seguro que le decís lo mismo.

Ya no tengo más fuerzas para seguir luchando. ¡Basta! Me entrego. No aguanto más el calor, el dolor, y el miedo, sobre todo el miedo. La incertidumbre de no saber que me espera. Se acabó, llegó el final. Oscuridad, calor, dolor, miedo… luz, mucha luz.

—Che, ¿hay algún familiar afuera?

—Sí, creo que el hermano y una tía.

—¿Vas vos?

—¿Otra vez yo? Bueno, pero la pizza la pagás vos.

—Y la cerveza vos. Andá, deciles que es una nena.