Escoba de quince

Ficción

[Pieza corta en un acto para dos actrices]

(Una cocina, mesa con mantel floreado, un mate y una pava eléctrica. La luz que alumbra la escena es un artefacto metálico con una lamparita, centrado con la mesa. Sentadas, dos amigas charlan mientras juegan a las cartas. Caro usa reloj pulsera; ella ceba, el mate jugará como vínculo íntimo entre las amigas.
Mientras entra el público, las actrices ya están hablando en voz baja, no se llega a entender. Cuando todos están ubicados, comienza la escena, continúan charlando ya en voz alta).

Caro: No te fui a ver porque no me animaba.

Mariana: Eso pensé. Lo que no sé es a qué le temías.

Caro: A todo.

Mariana: ¿Todo qué?

Caro: A todo… a lo que podía pasar ahí.

Mariana: ¿Qué pensabas que podía pasar?

Caro: Que sufrieras. No soporto el sufrimiento.

Mariana: Fueron cinco años sin verte. ¿Sabés lo que es estar ahí adentro? En ese encierro el tiempo corre más lento, los minutos son horas, las horas días, los días semanas… Es asfixiante, lo sentís acá (se acaricia el pecho). Cuando entrás ahí te das cuenta que te sacaron todo. Lo que eras ya no importa, a nadie le importa. Dejás de ser vos, después de unos días no te reconocés. El ambiente, el aire viciado, la oscuridad, los olores, los ruidos, los gritos, la mugre, todo te devora, y no lo hace de a poco. Al entrar a esa jaula sentís como una explosión que te aturde, te abrasa, la piel se te seca, los ojos pierden la capacidad del llanto, los pies no quieren pisar ese cemento, tus manos no quieren tocar lo que te rodea, los cuerpos extraños pasan a formar parte de tu cuerpo, ya no te pertenecés. Lo único que seguirá siendo tuyo está acá (se señala la cabeza), es lo que jamás tenés que perder, es lo que te puede salvar. Tardé un tiempo en darme cuenta, cuando lo comprendí me hice fuerte. Aguanté. Me resistí. A mi no me iban a vencer.

Caro: No podía ir…

Mariana: No querías.

Caro: No podía. Quería, pero algo me frenaba.

Mariana: Dale cortá.

Caro: ¿Escoba?

Mariana: No, Caro. Eso es de nenas. Truco.

Caro: Somos nenas.

Mariana: Ya no.

Caro: Qué lindo era cuando jugábamos en el patio de tu casa, ¿te acordás? La hamaca que había hecho tu papá, ¡cómo me gustaba! Y el cuartito ese del fondo, donde guardaban cosas que para nosotras eran un mundo.

Mariana: Puros cachivaches guardaban. Mamá, cada tanto, revolucionaba todo y sacaba bolsas y cajas a la calle. Me acuerdo que había una mujer que pasaba de vez en cuando a preguntar si tenía algo para regalar… Mamá siempre le decía que sí, que esperara un ratito, ella iba y se metía a revolver, algo seguro encontraba para darle.

Caro: Eran lindos esos días…

Mariana: Sí, lindos y lejanos… Y el pibe de al lado, nos miraba por arriba de la parecita del fondo. Cada vez que salíamos estaba allí. Yo pensaba que no dormía, siempre haciendo guardia. Pero no, éramos tan ruidosas que todo el barrio se enteraba que estábamos en el patio.

Caro: A vos te miraba, Mariana.

Mariana: Dale, sos mano.

Caro: Ya va. Tomate el mate, se enfría.

Mariana: (suspira) Te parecés a mi ex. Siempre diciéndome que apurara el trámite, que el mate no es un micrófono.

Caro: ¿El mecánico?

Mariana: No. Sebas, el que era cajero.

Caro: De ese no me acuerdo.

Mariana: Duró poco. Muy molesto el tipo. Siempre tenía razón.

Caro: No me acuerdo como era este juego.

Mariana: Hace mucho te enseñé. Te habías anotado los puntos en un cartoncito, lo llevabas en la cartera… Bueno, no importa, fue en otra vida, dale, escoba está bien. ¿Y por qué no podías?

Caro: Ya te dije. Algo me frenaba.

Mariana: ¿Como si te agarraran de la mano?

Caro: No. Acá adentro. Pensaba en ir y se me revolvía todo. Un sábado me había preparado para visitarte, hasta un budín de chocolate cociné ese día. Cuando estaba por salir vomité. El sudor frío me duró toda la tarde. Tiré el budín a la basura.

Mariana: Cuando me levantaba pensaba en vos. Esta semana seguro viene, me engañaba a mi misma. Una compañera te había dibujado en la pared, yo le iba contando como eras, tenías el pelo largo, los ojos le habían salido casi iguales a los tuyos, la cara mas o menos, pero igual a mí me gustaba; miraba el dibujo y te veía, estabas allí, conmigo, cerca.

Caro: Vos no me llamaste nunca.

Mariana: Dale, calentá el agua. Esto está horrible, nos va a descomponer.

Caro (mientras enciende la pava eléctrica, habla sin mirarla): Tu mamá usaba un termo rojo. A ella nunca se le enfriaba el agua.

Mariana: La vida se le enfriaba, y no quería darse cuenta.

Caro: Ellos se ignoraban.

Mariana: Papá decidió hacer algo, lo que pudo. El día que se fue yo estaba escondida, lo vi llorar.

Caro: Éramos muy chicas, yo mucho no me acuerdo.

Mariana: A él irse le hizo bien. A la larga, a ella también.

Caro: El otro día la vi a tu mamá, con el novio, por la costanera. Caminaban abrazados, compartían una coca, parecían felices. Casi la saludo, no me animé.

Mariana: Después que llorabas, ¿qué hacías?

Caro: Dejaba de llorar (le acerca un mate, recién hecho). Yo contaba los días que faltaba para que salieras en libertad. Nos imaginaba así, compartiendo un mate, charlando, Disfrutando como antes.

Mariana (toma un primer sorbo, y con cara de aprobación, dice): Esto es otra cosa. Allá tomábamos muy buenos mates. La correntina, Sarita… incansable, pava tras pava, todos así como éste, espumosos, ricos. Mientras cebaba, nos contaba acerca de su vida en el campo, en la cosecha de té, doce horas por día de espalda al sol. Cuando terminaba la temporada se convertía en sierva del encargado de la plantación. La mina no aguantó los abusos, se cansó, veintiocho machetazos, lo destrozó. Conmigo no iba a seguir jodiendo, le dijo al juez cuando le preguntaron por qué lo hizo. Veinte años le dieron, le faltan diez para salir. Nos contaba que adentro, con nosotras, vivía mucho mejor que afuera, no quería irse. ¿Para qué, para volver a esa miseria? Decía que ya se las va a rebuscar para quedarse. No es la única Sarita, escuché varias historias parecidas. Vidas de mierda, sometidas, rodeadas de miseria y de hijos que no buscaron.

Caro: ¿Cómo eran tus días?

Mariana: Largos, inacabables, muchos grises. Algunos alegres. Bailábamos… cuando podíamos.

Caro: ¿No las dejaban?

Mariana: A veces… Ahí adentro dependés del humor de quien está de turno. Dale, te toca repartir.

Caro (mientras baraja): Me hace muy bien.

Mariana: A mi me reconforta.

Caro: ¿De quién hablás?

Mariana: Del mate.

Caro: Yo te hablo de Carlos.

Mariana: Ahhhh y ¿cómo lo conociste?

Caro: Él estaba de servicio, en la esquina de lo de mi prima. Caminaba, concentrado, observando todo.

Mariana: ¿Así como un boxer, o un ovejero?

Caro (la mira, finge enojo y le saca la lengua): Le queda tan hermoso el uniforme…

Mariana: ¿Tenés galletitas? O algo para acompañar… si es salado mejor.

Caro: Criollitas hay, y jamón crudo. Te gustaba mucho el jamón crudo, tu mamá te decía que era caro, que por eso no compraba.

Mariana: Años que no como jamón crudo. Ya ni me acuerdo cómo era.

Caro: ¿Comías muy mal? (mientras acomoda el fiambre y las galletitas en una tabla).

Mariana: Peor. No calificaba como comida. Mi viejo me llevaba víveres, todas las semanas, con eso me arreglaba. Él siempre estuvo presente, en cambio mi vieja fue una sola vez, al principio. Papá la excusaba: con este frío… con este calor… (se produce un silencio prolongado mientras Mariana toma un mate, despacio, pensativa, recordando). Con las chicas hacíamos un fondo común y compartíamos. Las extraño, pero no me animo a visitarlas, es muy pronto; lo único que hago por ellas es mandarles víveres. Por suerte en mi pabellón nos podíamos poner de acuerdo, en otros no era así. Los primeros meses fueron horribles. Adonde me llevaron era una selva, te robaban lo poco que tenías, vivías cuidándote de tus compañeras y de los del servicio. Cuando podían te arrinconaban y te sacaban lo que tenías. Entre ellos y nosotras no habían mucha diferencia; algunos dirían que parecíamos animales, pero no, los animales no se tratan así. Esa gente piensa distinto, vive distinto, se prepararon para hacer sufrir, y cuando estás ahí te contagías, te vas transformando. Yo dormía en el piso, me habían sacado el colchón, una frazada era todo lo que me dejaron. Era la nueva, tenía que pagar y hacer silencio. En otro pabellón, una chica apareció colgada en las duchas; dijeron que se había suicidado, pero no, ella había hablado con unos periodistas de cómo se vivía allí. Lo que pasa en la tumba, se queda en la tumba.

Caro (la escucha en silencio, su cara muestra una mezcla de miedo y lástima. Trata de hablar pero no puede).

Mariana: Creo que mi papá pagó para que me trasladen a otro pabellón, él nunca me dijo nada, pero me veía como estaba. Yo no le conté, pero se dio cuenta, había bajado como diez kilos, se me caía el pelo. Cuando me iba a visitar no le podía mantener la mirada, temía que mis pupilas le proyectaran imágenes de mis días. Él no se merecía sufrir así por mi culpa. Siempre estaba sonriente, nunca me demostró que se notaba a simple vista cómo la estaba pasando. Mi viejo era fuerte, sufría por adentro. Me enteré un mes después, los hijos de puta no me avisaron. Lloré ese día y muchos de los que vinieron, las chicas me ayudaron y me bancaron en la mala, fueron lo más parecido a una familia.

Caro: Cuando quieras ir a visitarlas, contá conmigo, te acompaño. (Caro le toma la mano, se miran en silencio).

Mariana: El día que Claudio me pidió un lugar para las plantas, me tendría que haber negado.

Caro: Ese tipo nunca me cayó bien (lentamente va soltando la mano de la amiga).

Mariana: Mi primo es… particular. Las flores se las regalaba a los amigos, él no vendía, por eso no me negué, ¿por qué iba a hacerlo?, si en mi terraza había espacio. ¡Qué me iba a imaginar que uno de los albañiles de al lado me iba a buchonear! Cada vez que pasaba por la obra, el sorete me decía guarradas, no le gustó el día que lo encaré.
Un momento, una puteada, cinco años a la sombra. Al edificio ya lo terminaron, es como una pantalla en la que desfilan todas las imágenes del encierro. Ahora me cuesta subir a la terraza, me quiero mudar.

Caro: ¿Tu primo te iba a ver?

Mariana: (galletita con jamón en una mano y mate en la otra) La combinación del crudo con el mate es algo sublime, como un orgasmo, eso es. El chancho debe tener algunos cromosomas similares a los de la yerba, por eso van tan bien juntos. Como nosotras dos de chicas, jamón y yerba… La vieja de enfrente de tu casa nos decía que éramos hermanas ¿te acordás? Yo me enojaba, no quería ser tu hermana.

Caro: Doña Norma… A mi me quería, me compraba galletitas.

Mariana: ¡Cómo me gustaba tu vestidito fucsia!

Caro: Me quedaba apretado, me daba vergüenza usarlo, se me notaban.

Mariana: A mí me daba ternura, ganas de abrazarte, cuidarte.

Caro: Vos me cuidabas. Me acuerdo cuando le pegaste al chico de la bici, ese que me tiró en la esquina. Lo corriste, lo agarraste de los pelos, se revolcaron por el piso y le sacudiste dos cachetazos (hace la mímica). Lloraba, pobrecito. Me sentía protegida cuando estábamos juntas.

Mariana: ¿Pobrecito? Era un guacho ese pendejo. Con la bicicleta corría a los gatos, y si los alcanzaba los pateaba. Lo hice para cuidarte y para vengar a esos animales. No jodió más, cada vez que me veía, me esquivaba.

(Se miran en silencio, recordando)

Caro: Te contaba de Carlos, cómo nos conocimos. ¿Te interesa?

Mariana: ¿Cuándo fue eso?

Caro: Hace seis meses, catorce días y… (mira el reloj y saca cuentas con los dedos) diecisiete horas. (sonríe)
Ese día me miró pasar, yo sentía sus ojos sobre mi espalda. De ida nada, pero cuando volvía de la casa de mi prima me encaró. Hola, ¿tenés fuego?, me preguntó. ¡Y yo que no fumo! Ojalá hubiera tenido un encendedor, o unos fósforos. Lo miré, negando con la cabeza. No importa, solo quería escuchar tu voz; y saber si hacía juego con esos ojos. Eso me dijo.

Mariana: Te measte, ahí mismo.

Caro: Sos bruta. Me flechó, eso pasó.

Mariana: No te podés enamorar de ese tipo.

Caro: ¿Por qué no?

Mariana: Por que es un yuta, Caro. Un tipo que le pega a los que regalan verduras en la calle.

Caro: Y vos no podés juzgarlo así, no lo conocés.

Mariana: Si, los conozco, a todos. Son iguales, moldeados de la misma arcilla.

Caro: Vos decís eso por lo que te pasó.

Mariana: Mirá que estos tipos son violentos, como los carniceros; no les cuesta enterrar un cuchillo. Allá, adentro, una de las chicas se ocupaba de la faena, la Rosy, una catamarqueña grandota que cuando te hablaba siempre hacía referencias a la carne, los huesos y la sangre, lo disfrutaba, la mirada se le transformaba. Le faltaban un par de dientes, trofeos perdidos en alguna pelea. Se llevaba bien con los de la requisa, siempre estaban bromeando, hablaban el mismo idioma de sufrimiento y dolor.

Caro: Ayer me trajo flores.

Mariana: Robadas, o coimeadas, seguro.

Caro: Nos vamos a ir de viaje a Las Vegas, en septiembre.

Mariana: ¿A Las Vegas? Nadie en su sano juicio viajaría a esa ciudad. ¿Para qué?

Caro: Para jugar en los casinos.

Mariana: ¿Por qué no van al de la costanera?

Caro: Y para casarnos allá, él de esmóquin y yo voy a vestir de blanco, con un tocado de tul y un ramo de flores haciendo juego.

Mariana: Podrían ir al CGP de la esquina.

Caro: Y también, porque nos amamos y queremos vivir una hermosa fantasía.

Mariana: (suspira profundo) Bueno, dale, sé feliz con tu scarface en el gran país del norte. Ganá mucho en los tragamonedas, casate, divertite… ya que estás podrías tener muchos nenitos.

Caro: ¿Ves cómo sos? A vos te molesta mi felicidad.

Mariana: ¿Algo tan efímero? No… Eso se cura con el tiempo.

Caro: Sos tan rebuscada. Eso es porque leés muchas cosas. Leer tanto hace mal.

Mariana: ¿Ah, sí? Mirá vos. ¿Quién lo dijo?

Caro: Mi mamá.

Mariana: Bué…

Caro: Pará, pará un poquito. Que no te banques mi felicidad, te lo puedo soportar. Que te moleste que Carlos sea un profesional, bien podría ser envidia porque a vos siempre te siguen tipos raros. Pero que te metas con mamá… eso si que no.

Mariana: ¿Profesional? Nena, despertá. Tanto culebrón mejicano te hizo mal, aterrizá, sacate la venda. La vida transcurre acá, en esta bola que gira alrededor del sol, que tiene mucha agua, selvas, ciudades, gente, animales y bestias que no se detienen ante nada, como tu Carlitos.

Caro: Vos me querés ver sufrir. ¿Por qué hacés esto?

Mariana: ¿Pensaste que quizás quiero evitar que sufras? ¿Que lo hago por vos?

Caro: Vos no podés hacer algo por otra persona, siempre fuiste igual. Críticas, y más críticas. Que los policías, que el gobierno, que los curas, que los bancos…

Mariana: ¿Toda gente buena, no?

Caro: Mariana, juzgás y no sos juez. ¿O acaso estudiaste Derecho, te recibiste y yo no me enteré?

Mariana: Ojalá hubiera estudiado Derecho, adentro me hubiera venido bárbaro. Pasa que no sos capaz de ver lo que tenés delante de tus ojos. Parecés ciega. Bueno, de algún modo sos ciega, no querés ver.

Caro: ¿Y qué tengo que ver?

Mariana: A mí, Caro. A mí.

(Mientras Mariana le extiende el mate vacío a la amiga, una lágrima corre por su mejilla. Caro no lo recibe, se queda inmóvil, mirándola fijo. La luz se va apagando lentamente).