Casi feliz

Ficción

Hace casi cinco años que recorro el mismo camino. Lo hago a diario, a la misma hora, por las mismas veredas, cruzando las mismas calles, reconociendo las mismas miradas; de lunes a viernes, de marzo a julio y de agosto a diciembre. A las seis y catorce salgo de mi casa, camino las cinco cuadras que la separan de la parada del colectivo en siete minutos y medio, el transporte público pasa a las seis y veinticinco, minuto más minuto menos. De martes a viernes el conductor es el mismo, en cambio los lunes las caras se alternan, ese día se me antoja extraño y viajar un tanto incómodo; definitivamente prefiero ser conducido por el hombre prolijamente afeitado, al que cada día saludo al subir y quien me responde con una sonrisa, sin separar la vista de la calle, asegurando con ese gesto el dominio absoluto sobre la mole metálica de color blanco atravesado por líneas celestes y rojas.

El viaje dura alrededor de veinticinco minutos, si la barrera del paso a nivel del ferrocarril está cerrada –a las seis y cuarenta pasa el rápido– se puede extender en cinco minutos, por lo que desciendo del colectivo entre las seis cincuenta y las seis cincuenta y cinco. A las siete en punto es el límite para ingresar a clases; dependiendo de haberme encontrado con el tren, o no, tengo entre cinco y diez minutos para recorrer las seis cuadras que me separan de la entrada de la escuela: algunos días las recorro trotando, otros a paso vivo, a veces no me molesta llegar tarde. A medida que el calendario se deshoja, esas mañanas en las que nada importa son más frecuentes. El sol sobre la piel, la lluvia bendiciéndolo todo, un cortejo fúnebre, una obra en construcción, algún perro parado en una esquina, todo se puede convertir en la excusa perfecta y en el motivo para detenerme, para no apurarme, para llegar tarde, para encontrarme con la puerta cerrada. Y el timbre que no funciona, y yo que no me animo a golpear. Me quedo afuera, sobre la vereda vecina, espero sin mirar a la puerta de entrada. Cuento hasta sesenta, eso es algo así como un minuto, el tiempo que espero antes de volver sobre mis pasos para, a partir de ese momento ser, casi, feliz.