Amigas

Ficción

Siempre cuando necesito descansar, a esta pesada se le ocurre que haga algo. Esta historia ya me está cansando. O acaso ella no descansa cuando tiene ganas. Bien que cuando vuelve de trabajar lo primero que hace es echarse en el sofá a mirar la caja boba. Yo en realidad no sé que le encuentra a ese maldito aparato, que es como una ventana pero sin olores, ni sabores, en donde todo se ve ficticio y chato. Está allí por horas, dele que dele al botoncito, hasta que viene él y empiezan a discutir. Y si no está con esa ventana de mentira, está con la otra, con la que se ríe, escribe, habla, la mira y escucha música. Bueno, si a eso se le puede llamar música. Es como si le faltara una parte de su oído interno. Todo es estridencia, todo lo que escucha es molesto, agudo. Yo no sé por qué no sale a caminar, a disfrutar del sol, del parque, de los árboles, a correr pájaros viendo como se elevan en el aire.

Eso sí que me gusta a mí. De vez en cuando si tiene ganas me lleva con ella, caminamos juntas, me habla, le contesto, pero ella no me entiende, por más que me esfuerzo no me entiende. Sin embargo yo me lo propuse y le entiendo sus palabras, sus pensamientos y a veces, hasta sus sentimientos. Sé cuando está feliz, cuando está angustiada y cuando no quiere que me acerque. En esos momentos prefiero irme a la terraza y estar sola, allí soy libre, con todo el cielo para mí. Ella jamás podrá entender mis sentimientos, o mis estados de ánimo. A veces pienso que desea que yo siempre esté dispuesta para cuando ella tiene ganas de hacer algo. Nunca será capaz de respetar mis tiempos, mis momentos de paz, o compartir mi felicidad.

A mí me gusta que venga él, siempre está sonriente, de buen humor. A veces me trae algún regalo. Esos días, él me saluda y hace como si nada, pasa de largo. Cuando lo veo hacer eso ya sé que me trajo algo, entonces lo empiezo a seguir, a molestarlo. Es como un juego que compartimos, él se hace el difícil y yo la interesada; hasta que le gano y me da lo que trajo. Esos son los momentos más felices para mí. No es que sea interesada, tan sólo que con él me siento querida, cuidada, protegida; sé que tengo un amigo en quien confiar. Lástima que no viva en esta casa, que venga sólo de vez en cuando. Me gustaría que me lleve a vivir a su casa, allí sería feliz.

Con ella eso no sucede, todo depende de sus estados de ánimo, de cómo le fue en su trabajo o de qué le pasó en la calle. Si había mucha gente en el banco, si había mucho tránsito, o sin las cosas aumentaron de precio, llega de mal humor; y si viene él, lo primero que hace es aturdirlo con sus palabras de queja permanente. Yo no sé para qué están juntos si se nota que realmente no son felices. Hasta yo me doy cuenta.

Muchas veces me pregunto por qué sigo viviendo en esta casa. Sería mejor largarme al mundo y hacer lo que me den las ganas, ser libre. Despojarme de este sentimiento de opresión y de dominio. Pero claro, nunca me dio la llave, se nota que no confía en mi. Sin embargo, cada vez que sale, me mira y me dice: “portate bien, no hagas ningún lío”. Eso me irrita. Se piensa que no soy capaz de estar sola y disfrutarlo. Claro, ella no podría estar sola, me necesita como compañía, por eso me tiene viviendo en esta casa. Pienso que sólo por eso.

Y ahora, que se le ocurrió limpiar la habitación, me dijo: “andá un rato al patio, dejame tu cuchita, así la limpio”.