Esa cálida noche de mediados de noviembre tuvo algo particular. Algo que si bien no me era ajeno, durante horas me hizo sentir ansioso, expectante, irresuelto. Ese algo era el papel en blanco. Lugar en el que he habitado más veces de lo que hubiera deseado. Sitio plagado de voces que me dicen, a veces susurrando, otras implorando y las más gritando: “vamos… despertate que no tengo toda una vida”. El papel como un lienzo virgen que espera la visita del artista, y que cuando lo debe recibir, se niega, también en voz alta.Probé varias opciones. La primera fue cambiar el color del papel, pensé que si en vez de ser blanco fuese de otro tono la cosa cambiaría, elegí uno amarillo. Lo mismo, nada. La siguiente opción fue intentar con un papel usado, busqué en los cajones, la cuenta del teléfono me pareció una buena opción, después de todo ese papel ya contaba con antecedentes. Nada. Pasaron por mi escritorio hojas de cartulina, rollos de papel de cocina, tela esmeril, cartones, hasta un pedazo de madera que había formado parte de una cajón. Nada. Intenté sobre la pared. Siguió siendo blanca. Me senté frente a la computadora, abrí un archivo nuevo, ni siquiera pude pasar del título. Decidí hacer unos mates. Después de todo, esto ya me había pasado.Quise llenar la pava con agua, no pude, de la canilla salió una gota solamente. Intenté prender el fuego de la hornalla, pero no encontré los fósforos. Busqué en los cajones. Nada, solo algunas cucharas, dos cuchillos, tres tenedores y una caja de escarbadientes. Volví a mi escritorio, al intento del fluir de la tinta sobre el papel.Pasaron ya tres horas, desde las nueve hasta las doce. Ciento ochenta minutos de buscar el trazo, el primer trazo que corte el vacío. Preferí mirar por la ventana.Afuera la noche en casi silencio, solo algún que otro colectivo que no frena en el semáforo intermitente en amarillo. En la esquina dos jóvenes esperan vaya uno a saber qué. Sobre el vidrio del ventanal una mosca, del lado de afuera, buscando, pidiendo permiso para entrar a compartir este vacío. Mejor no, que siga su camino, no quiero animales en la casa. Necesito ideas, ese otro tipo de bestias que acompañan, que construyen, que destruyen. También quiero un mate.Vuelvo a la cocina con el papel en mi mano. En la heladera hay media botella de agua, el calefón tiene su llama azul, la hoja sigue en blanco. La enrollo, la acerco a la llama, se enciende, comienza a crepitar, la acerco a la hornalla, giro la perilla y la magia está hecha.Si mi vida fuera tan sencilla, si tan solo pudiera con una hoja de papel encontrar eso que busco; sí, claro, si así fuera dejaría de tomar mate.
Hoja en blanco
Ficción
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