Ese miércoles, hace un par de semanas, amaneció con lluvia. Me esperaban dos horas al volante, en las que recorrería algunas avenidas de la ciudad, un buen tramo de la autopista Buenos Aires-LaPlata, algunos kilómetros por la ruta 2, otros tantos por la 6 y la 53, para llegar a mi destino: Florencio Varela, la unidad 23 del complejo de máxima seguridad, más puntualmente al Pabellón 4. Sí, ese mismo, el que ya conocés a través de los relatos de sus habitantes y de los libros que publican desde Cuenteros, Verseros y Poetas. Pero ese día, la sensación que invadía mi cuerpo era una mezcla de ansiedad y de alegría. Ansiedad porque al final iba a conocer a los muchachos en persona, después de tantos audios y mensajes; y alegría por ese mismo motivo, por el encuentro en vivo, por la charla y las miradas que podía imaginar. Llegué al complejo a las 11, tenía que esperar a Alberto Sarlo (el profe, el mentor de esas almas). Me presenté en la guardia, documento en mano… adónde va, quién es, por qué viene, y esas cosas que se suelen preguntar y que quedan ahí, en el aire, como si nada… Pase, espere allí, estacione… Un rato después, ya junto a Alberto y a Alejandro (un periodista que está acompañando el proyecto dentro del Pabellón) nos dirigimos a la entrada propiamente dicha… una puerta de acero macizo, varios guardias que saludan y piden DNI, la entrada que se abre y un playón al aire libre, unos 50 metros después la reja grande, esa que separa el mundo semi-libre de los pabellones de máxima seguridad. Allí nos esperaban Fran y Nico, dos viejos-nuevos amigos que habitan ese encierro. Perros, varios perros acompañaban nuestro camino. Medio mojados, algunos achuchados, hecho un rollito… Los perros acá son muy importantes, antes había más, me cuentan los muchachos… ¿Sabés que lindo es despertarte en el calabozo y que tu amigo canino te pase la lengua por la cara?, comenta Nico… ¿Sabés que feo que tu amigo de cuatro patas se muera a las 2 de la mañana dentro de tu encierro, ahí al lado tuyo y que no puedas hacer nada?, agrega Fran. La vida y la muerte como paradojas del tiempo y del encierro. Seguimos caminando, un nuevo puesto de guardia, anotan apellido, nombres y deeneís… (confieso que ese papel, en el que anotaron, no tenía pinta de algo formal… ellos sabrán). Ya estábamos cerca, desde el nuevo pasillo se veía el cartel que, seguramente, habrás visto en la película: Pabellón 4, dice… pintado con fondo rojo sobre un rectángulo de chapa. Puertas, rejas, cerrojos que se abren y cierran… estamos adentro. Un pasillo largo, sobre las paredes laterales las puertas de los calabozos (de metal sólido, con un pequeño pasaplatos) y delante de ellas bancos, sillas, sillones; una verdadera aula a lo largo de un pasillo largo, algo así como una asamblea en la que todos pueden tener la palabra… Las paredes pintadas con frases de libros y caras de filósofos iluminaban nuestra llegada. Y lo mejor de todo, 57 estrechadas de mano… estrechadas dobles, de esas que dás la mano (así, como formal) y después te agarrás del puño del otro, como en el barrio, como con los amigos. Eso me hicieron sentir los muchachos del Pabellón 4, que estaba con amigos. Ya me lo había advertido Sarlo: “si se arma algún kilombo en el penal, si hay gritos, corridas, tiros o lo que sea, nosotros nos quedamos con los compañeros en el Pabellón, solo allí estamos a salvo”. La idea de este encuentro fue conocernos, charlar en persona, hacer algunas entrevistas y, fundamentalmente, compartir. Y eso hicimos, mates y libritos de grasa de por medio. Ya acomodados en nuestros asientos, se armó la charla. Nos contamos algunas cosas, nos preguntamos otras, palabras van, mates vienen, anoté algunos conceptos que me llegaron, se los comparto.
Angustia; sanción; convivencia; herramientas; involucrarse y no hacerse los boludos; Estado (¿ausente o presente?, parece que el Estado está presente para torturar, pero no para hacerse cargo de cumplir con su función de custodio de estas vidas… mala alimentación, falta de atención médica, ni hablar de contar con algún medicamento o tratamiento específico); reconstruir la vida, dijo un compañero, en lugar de reinsertarse a la sociedad, agregó otro ¿o acaso la cárcel no forma parte, y es espejo, de la sociedad? ¿a dónde pretenden que nos reinsertemos?, comentó otro de los muchachos desde el fondo del pasillo. Y acá, a mi izquierda, más cerquita, otro de los habitantes de este encierro habló de la cárcel como un sistema del olvido, donde lo que se fuerza desde el poder que la controla, es penar y sufrir. No fueron solo palabras, escuché pensamientos, reflexiones, ideas y, sentí lo que ellos sienten. Y eso es lo que deseo que se entienda. Que más allá de posibles infracciones a la ley, y que estos seres humanos ya están pagando por ello, lo pagan con, nada menos, que la pérdida de su libertad; en las cárceles viven seres sintientes, que sufren del olvido de quienes habitamos el afuera, quienes muchas veces nos hacemos los distraidos y miramos para otro lado. Si total yo no puedo hacer nada, ¿qué querés que cambie yo?, nos justificamos. ¿Sabés lo que podés cambiar? La manera que tenés de ver esas otras realidades para, tal vez, exigirle a quienes tienen el deber de hacerse cargo de estos olvidados que no miren más para el costado. No solo frente a quienes administran la llamada justicia, sino también a los responsables de que muchos de nuestros iguales vivan en la miseria y que, la mayoría de las veces, lleguen a la cárcel luego de agotar cualquier otra forma de subsistencia. ¿Habrá negocios y kiosquitos que derribar? Quizás no sea solo eso lo que deberíamos derribar.
Y, ya que estamos hablando de los compañeros del Pabellón 4, les propongo escuchar Sin interrupción, un tema musical de la banda El Guetto de Varsovia, formada por presos que habitan allí, en la Unidad 23 de Florencio Varela, Buenos Aires, Argentina.
Lo pueden disfrutar desde este enlace https://youtu.be/KzcHPYnMkMs
Este es el primer video con sonido masterizado de El Guetto de Varsovia, banda de rock nacida en las entrañas de la editorial Cuenteros, Verseros y Poetas, en el área de música del centro de tortura. En él recuerdan parte de los cimientos de un país roto que todavía sigue apoyando ciego y perdido los pensamientos incoherentes.