– Qué poco lo comprendo, cuando habla mal de la República. ¿No aprecia usted la extrema libertad que de ella emana?Yo tengo la absoluta conciencia de mi entera libertad. Mis padres son, sin embargo, de origen modesto, ambos peones. Bajo otros regímenes yo hubiese sido inmediatamente asimilado a un siervo, y me hubiese transformado en propiedad de algún señor. Mientras que gracias a la República y a pesar de mi origen pobre, he nacido como ciudadano libre. En vez de ser asimilado a una bestia de carga, he escogido libremente mi profesión, o mejor dicho mi padre escogió libremente por mí el patrón que viviría de mi trabajo. Yo era desgraciado, señor, en el sentido material de la palabra, mi salario era ridículo y mis contribuciones pesadas; sin embargo, una vez caída la noche me miraba en el espejo y me decía: “He aquí un hombre libre” y eso me llenaba de orgullo. A los dieciocho años me alisté en el cuerpo armado de mi preferencia, y aprecié mucho la libertad que me permitió participar en batallas y obtener esta medalla que será el honor de toda mi vida.Desde ese entonces, señor, no he hecho más que bendecir la República; soy un empleado subalterno y no recibo grandes emolumentos, a pesar de lo cual tengo la conciencia de un hombre honesto y la dignidad de un ciudadano libre. Antes, bajo el Imperio, éramos estafados por una banda de aristócratas, que salían de no sé dónde, mientras que hoy tenemos la libertad de escoger a nuestros gobernantes y si éstos nos disgustan, de cambiarlos cada cuatro años. ¿No aprecia usted esta ventaja?Tenemos la libertad de hablar, de escribir, de beber, de fumar, hasta de emborracharnos si queremos, salvo, naturalmente, en los casos previstos por la ley, que es el contrato libremente consentido por los ciudadanos libres.
– Pero, le respondí, no piensa usted que ciertas libertades son desagradables, la libertad de dormir debajo de los puentes, por ejemplo, cuando no se tiene con qué pagar un alojamiento.
Me respondió, haciendo una mueca de desdeño:– Para los vagabundos, tal vez, los sin vivienda, sin trabajo, los escoria.
– Pero, – finalmente, le repliqué con un poco de bronca– , hay casos (la enfermedad, la desocupación, y otros), en los que no tenemos otra libertad que la de reventar de hambre.
– Error, señor – dijo sentenciosamente –, las gentes honestas no tienen nada que temer de esas eventualidades; en mi especialidad, por ejemplo, jamás hubo desocupación, y las personas de las que usted habla son las que hicieron mal uso de la libertad.
– Bueno, pero usted que habla constantemente de libertad, ¿a qué se dedica?
– Yo, señor, soy guardián de prisión.
La libertad. Extracto de Contra la democracia por Miriam Qarmat. (1909).